MISANTROPÍA EN LA GRAN CIUDAD

Foto de Tuts Tuts Tuts
Hoy es de esos días en los que me pregunto “ qué hago yo aquí perdiendo el tiempo”, en donde ni siquiera hay comunicación humana o escasamente cálida con los compañeros del trabajo. Aunque tengo una buena comunicación virtual con algunos pocos amigos o antiguos compañeros de otros trabajos, en realidad, mis únicas relaciones son de buenos días, adiós o hasta luego. La verdad es que Madrid es una buena ciudad para no querer saber en profundidad nada de nadie, lo malo es que está llena de gente, y esta pesadez puede provocar agorafobia cuando uno pretende soledad y meditación.
A veces, entre la masa informe y anónima, soy feliz. Cuando elijo estar ahí, amigo. Pero poco a poco, como tú, quiero elegir no quedar con nadie, estar sólo con Ana, o quedar con algún amigo, con el que no es fácil unir el espacio y el tiempo, porque ya sabes que aquí todo el mundo está a todas horas ocupado y robarles unos minutos es una hazaña gloriosa.
Por eso en Madrid es posible, como en la física cuántica, estar a la vez solo y acompañado por miles de personas. Yo quiero ser un misántropo. Se puede conseguir. Aquí la gente es a la vez, abierta y desconfiada, cerrada y competitiva, rara y convencional. Deseas a veces convertirte en un genocida y exterminarlos, como otras veces, amarlos a todos y quererlos con un cariño infinito. Hay personas con muchas ganas de hablar y desahogarse, pero sin ninguna intención de escucharte después, tienen exceso de palabras o exceso de soledad.
En Madrid es muy fácil, incluso necesario, hacerle un desplante a alguien. Es posible irse de un trabajo y no volver nunca más a ver a los compañeros. La gente aquí lo único que no perdona es irse a comer solos al comedor de empresa. No lo aguantan. Necesitan utilizar a alguien para sentirse acompañados, aunque tengan que forzar sonrisas y conversaciones triviales. Son tremendamente sociales en el momento de la pitanza. Asquerosamente sociales y amigables en los bares. Todo tiene su momento en la jornada estructurada. Lo mejor del día y de la vida se le da al trabajo. Después, el resto, a las relaciones humanas. Subhumanas, diría mejor.
En esta ciudad, las distancias y las dimensiones grandes, propician la fugacidad y la anécdota para lo bueno y lo malo.
Es posible encontrar a las mejores personas del planeta, a las más absurdas, y a las más miserables. En el trabajo, pueden darte una puñalada a tus espaldas, pero lo combinan con una amigabilidad desorbitada. Yo quiero ser misántropo.
No sé por qué no me voy ahora de este trabajo y los dejo a todos tirados. Mañana nunca más los voy a ver. Si no contesto al teléfono, nadie más va a saber nada de mí. Puedo encontrar otro trabajo, porque hay muchas empresas, y nadie se conoce.
Aquí es fácil no implicarse, no mantener ninguna relación profunda. Si intentan herirte, no es personal, porque no ha dado tiempo de hacerlo personal. En realidad, es tan virtual lo que parece real como mis correos electrónicos en Internet.
No sé nada de las vidas de nadie, ni me importan. He perdido la empatía con esta gente vana que me rodea. Así es muy fácil ser misántropo. Madrid te lo deja a huevo.
Es fascinante, es una aventura diaria. Mañana no se sabe qué va a pasar. No hay raíces ni agarraderas. Tú solo entre la masa. Te haces a ti mismo, es una magnífica oportunidad.
Es grande, amigo mío, vivir durante un tiempo aquí. Mientras se pueda aguantar.
Es una feria humana apasionante.

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