EL DERECHO A LA FELICIDAD


El sistema debería premiar al que trabaja, al que aporta, e integrarlo en la sociedad, sea cual fuera su procedencia, al mismo nivel que al nativo. Pero no darle prebendas, ni regalarle pisos, ni creando una discriminación positiva que cree frustración y envidia malsana en los demás no favorecidos.
El problema en España es que el nativo no se siente, por lo general, apoyado por su país si trabaja y cumple, no estamos acostumbrados a un estado benefactor o colaborador con la felicidad personal de los individuos. Por eso se ve mal que la institución, por una visión ingenua de lo políticamente correcto, trate de beneficiar a una minoría de inmigrantes como si esto fuera jauja, también por una cuestión de imagen superflua.
Pero hay que dejar claro, para evitar mitos xenófobos, que la culpa no es del inmigrante, sino del sistema económico y del estado (en su vertiente nacional, regional o municipal), que explota al de fuera y hace bajar los sueldos y las condiciones de trabajo, perjudicando también al de dentro, o sea, perjudicándonos a todos los trabajadores.

No se le puede pedir al inmigrante sudamericano que pida los mismos derechos laborales que los españoles, porque ellos vienen de países subdesarrollados sin sistemas del bienestar, y no exigen nada, se limitan a cobrar lo que quieran pagarles y enviar el dinero a casa, donde el euro, convertido en dólar, da para mucho más que en Europa. Con 1000 euros al mes, ellos son ricos, y nosotros pobres. De todas formas, pienso que esto cambiará a corto y medio plazo, y la Unión Europea pedirá mano de obra más culta y especializada como hacen Canadá y Australia. Hay que atacar la pobreza en el mundo, dejar de apoyar regímenes corruptos para que a cambio nos dejen explotar sus recursos de forma miserable, y si ayudamos a que se mejoren las condiciones de vida en los países subdesarrollados, no habrá necesidad de que la gente salga de su país y emigre ilegalmente. Sé que parece una medida buenista e ingenua, pero no hay otra.

Comentarios