SIERVOS DE LA GLEBA


Un amigo, antiguo compañero de trabajo, tiene la opinión, a mi juicio, acertada, de que no han cambiado mucho las cosas desde la Edad Media hasta ahora. Siguen mandando los mismos, y sus modos y maneras no se han transformado. Quizá cambiaron los que detentaban el poder, y éste pasó de las manos de la nobleza a las de la burguesía, comerciantes, hombres de negocios, capitalistas, etc.., propiciado por la Revolución Francesa. Después, llegó Marx e intentó que el poder pasara de las manos de la burguesía a las de los obreros. Me compré hace pocos meses el Manifiesto del Partido Comunista, y me sorprendió la vigencia de su análisis y opiniones. Hablaba de los abusos del capitalismo europeo en la mitad del siglo XIX, tan parecido a este capitalismo financiero y postindustrial que está feneciendo. De todas formas, el dinero es el que manda, y sigue habiendo clases. Si no has nacido en una familia pudiente, y necesitas trabajar para (sobre)vivir, continuarás siendo un siervo de la gleba, con poco tiempo para tu familia y tu ocio personal, ocio convenientemente dosificado para que consumas lo más posible, y sigas alimentando a la rueda de producción, agradablemente entretenido y alienado por la tele, la radio, internet y demás medios utilizados por la publicidad del mercado. Lo que pasa, es que por lo menos en Europa, interesó durante 60 años repartir la riqueza de tal modo, que se creara una masa enorme de clases medias que creyeran que todos eran iguales y con las mismas posibilidades de progresar, espejismo que se ha desvanecido en los últimos años, con el empobrecimiento de los trabajadores. Lo más gracioso y triste a la vez, es que ya se escuchan a las grandes instituciones económicas mundiales aconsejando que se congelen los salarios, que se flexibilice el despido, la misma monserga de siempre. Lo malo es que con esta crisis incipiente, quizá lo consigan de verdad. Después de años fomentando que no ahorremos, que nos gastemos el sueldo en coches, pisos caros, aparatitos electrónicos y móviles de última generación totalmente innecesarios, con tipos de interés bajos, dinero barato fluyendo de los bancos en créditos fáciles, el sueño se acabó, el mundo feliz sin problemas, sin pobreza aparente terminó gracias a la avaricia de unos pocos. Habíamos vivido una realidad falsa e insostenible, la gran engañifa de que todo era posible y que teníamos derecho a poseer cualquier cosa, clases medias igualitarias en el aparentar. Ese sueño murió. Bienvenidos a la vida sin máscaras.
En la Edad Media, por lo menos, los campesinos, los esclavos y los artesanos vivían en paz sabiendo cual era su lugar en aquellas sociedades tan compartimentadas. Conocían sus limitaciones, aceptaban su destino y no pasaban por la vida engañados como nosotros en este tiempo, desclasados y creyendo que nos lo merecemos todo, porque la propaganda y el sistema social nos han convencido de una patraña, la libertad y la igualdad. Quizá en EEUU se crean todavía lo del sueño americano, lo de que cualquiera puede llegar a ser Presidente, como ha sido el caso de Obama. Pero claro, ser Presidente hoy en día no es el puesto más poderoso, los grandes empresarios mandan más. Que un negro llegue a lo más alto, para que se siga perpetuando la ilusión de que vivimos en un mundo igualitario, no es tan difícil es pleno siglo XXI, porque los que gobiernan el planeta son los que nos venden cualquier cosa, los que pagan su campaña, los que nos hacen felices con nuevos perfumes caros, coches, ordenadores o móviles. Los que juegan a los dados con nuestro dinero en complicadas operaciones financieras para enriquecerse a nuestra costa son los que nos llevan a la miseria, y esa gente merece incluso la muerte. Nuestro sistema tiene los pies de barro, es muy vulnerable. Si todo el mundo siguiera la mentalidad antigua de esa gente que prefiere guardar su dinero debajo del colchón y que se va a vivir a una casa abandonada en medio del campo, pararíamos este engranaje de producción y consumo, de compraventa y comercio. Los bancos no podrían especular con nuestro dinero, ni comprar empresas ni bienes inmobiliarios.
Tenemos en Occidente un buen exponente del Estado Medieval, se llama Rusia. Un país gigantesco con una elite millonaria, un estado poderoso dueño de enormes empresas públicas que compiten con las privadas en el extranjero, y con modos y comportamientos filo-mafiosos para acallar toda protesta y competencia y asegurar su poder omnímodo sobre la población sometida y envilecida con el falso desarrollo de un capitalismo-escaparate incipiente. Rusia no se esconde, no se pone máscaras democráticas o igualitarias, es el país del futuro porque anticipa lo que va a pasar en nuestras sociedades.

Un sistema que se mueve por la fuerza del trabajo y del dinero, convierte al ser humano en pura mercancía, en coste y mano de obra. Si el inmigrante es aceptado en sociedad es porque tiene un contrato de trabajo, no por sus habilidades personales o su espíritu.
Lo intrínsicamente del individuo no tiene ya ningún valor. No somos seres morales ni espirituales, somos sólo animales de carga.
Por eso el marxismo tampoco me sirve del todo, porque valora al ser humano como clase trabajadora, como parte del engranaje, una gran máquina que pretende corregir pero no superar.
Es mucho más utópico abolir el trabajo, desterrarlo del destino del hombre para siempre. Sólo la ciencia y la tecnología pueden lograrlo, creando robots y máquinas que desempeñen todo tipo de trabajo mecánico y alienante, dejando para el ser humano sólo la pura creación artística, deportiva, poética. Sería como volver a lo mejor de la época griega clásica. Los robots serían como los antiguos esclavos y propiciarían que los hombres se dedicaran a pensar.
Se aboliría por fin la explotación del hombre por el hombre.

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