AJUSTE DE CUENTAS CON ITALIA

Los italianos tienen talento en la venta de humo. Son reyes del diseño y del detalle, en la delicatessen para el rico o el medio burgués con pretensiones. En Roma, hay arte y desigualdad, gente con mucho dinero, con cochazos y ropa de marca y vagabundos por doquier. La clase media low cost somos nosotros, los turistas. Hay tanto afán por aparentar lo que no se es, que parecen madrileños. Trenes de cercanías que se paran averiados y dejan a los viajeros tirados en las vías, quirófanos que se cierran por los recortes y la dejadez, como en Cataluña y autobuses tercermundistas. Eso sí, gratuitos, ya que no puedes pagar aunque quieras, ya que antes tienes que luchar por la vida dentro de la masa angustiada. Un metro más oscuro que el de Barcelona y muy mala atención al cliente. Lo público, lo común, está muy degradado. Se prima el transporte privado, la polución. Debe molar más ir con el Lancia o el scooter por las calles estrechas y antiguas. Los españoles debemos ser comunistas comparados con los romanos. Por favor, cuidemos los servicios públicos antes de que desaparezcan. Eso sí, en los cafés bonitos, con el machiatto humeante, uno se siente lo que no es, un pequeño burqués de los de antes, un Gattopardo.
Cerca del Panteón, en Roma, contemplé dos concentraciones organizada por sindicatos, pensionistas y partidos regionalistas. En la prensa local romana hablaban de mala atención sanitaria en hospitales públicos, y de altercados con los antidisturbios en el norte de Italia por las protestas ciudadanas que rechazan el Tren de Alta Velocidad. Me tenté la ropa, y recé a un dios laico, o al único dios que conozco por costumbre, el de mis padres, para que no llegara esa situación ni a mi ciudad ni a mi país. Por suerte, no vivo en Cataluña, tan parecida a Italia en algunas cosas, también en las malas. Pero los italianos nos ganan en algunas cosas, por ejemplo, en los debates televisivos interminables. Les encanta escucharse y no ir al grano, sino dar vueltas sobre argumentaciones vanas, aunque a veces, llegan a conclusiones interesantes. He visto un nivel de tensión que me recordaba los peores momentos de la política española, y eso que a los italianos suele írsele la fuerza por la boca. Pero tienen una virtud de la que los españoles solemos carecer, no son tan hipócritas como nosotros. Pueden caer en el ridículo, pueden ser arrogantes y charlatanes, pero lo que ves, es lo que son. En uno de los canales de Berlusconi veo con estupor un programa de sátira política al estilo de Caiga quien caiga. Ahora quieren hacer creer que el gobierno de Monti es antidemocrático, ahora ellos quieren hacerse pasar por los adalides de la libertad. Cinismo sin límite, a la altura de la derecha hispana y sus medios de comunicación afines, a los que les gusta destruír al adversario. En los soportales decadentes de la Piazza Vittorio Emmanuele, encontré un comercio antiguo cerrado llamado Pontecorvo, que me recordó a aquel director italiano de "La batalla de Argel", película representativa del cine político de los 60 y ...70. Enfrente, en la Piazza citada, vagabundos e inmigrantes dormitaban al sol, reflejando las desigualdades sociales de Roma, rodeados por los comercios chinos y las carnicerías halal. Italia no es un buen país para acabar tirado en la calle, quizá ninguna tierra lo sea. Después de visitar los subterráneos del Vaticano y salir por la puerta falsa hacia la Cúpula de Miguel Ángel, te sientes en el centro del Teatro del Mundo, Vanitas Vanitatis, papas muertos en las esquinas, miles de turistas haciendo fotos, todo cobra sentido. La tumba del presunto San Pedro, sencilla, expoliada, un agujero inmundo, rodeada de lujo y fastos. Tres curas ateos bromeando y otro, el más jóven e ingénuo, rezando. En la Gran Farsa, en medio de la ciudad más teatral y operística de Occidente, Roma, uno se siente espectador de una inconmensurable puesta en escena, excesiva, exagerada, vana. Prefiero el cine, mucho más barato.

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