EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

De la Trilogía sobre el Holocausto de Primo Levi, Ramón aprendió que la empresa puede ser un campo de concentración a pequeña escala. En las dictaduras suelen prosperar los mediocres, los chivatos y los trepas. No hay nada como saber administrar la información que se conoce de los demás, seas colaborador de la Stasi ó de la Brigada Nacional, y más si tu superior premia tus servicios con mejoras salariales, variables más beneficiosas u objetivos maquillados.
La rumorología al servicio del descrédito es bienvenida en las oficinas, esas junglas concentradas en cubículos y máquinas de café, donde el puñal y la navaja dejaron de ser armas metafóricas para convertirse en medios para lograr el poder. Las comunidades de seres humanos tienden al equilibrio después de pasar por una fase de destrucción y caos. Hay veteranos que caen en desgracia y vienen a ser sustituídos por nuevos esbirros. Pertenecer a sindicatos o a puestos cercanos al consejo de administración son resultado de artimañas para conseguir una posición intocable. Por eso, progresa la paranoia como una patología, y los detectives han encontrado un nuevo nicho de mercado en aquellos jefes que espían a otros jefes y en subalternos que ponen palos en las ruedas a sus compañeros de mesa. Las depresiones abundan y las mutuas se resisten a catalogarlas como enfermedades laborales, se arruinarían si aceptaran diagnosticarlas como producto de un sistema implacable, cruel y enfermo.
Internet es el reino de las "porteras". Ramón podía saberlo todo de todos, sólo teniendo talento para saber buscar. El crakeo de contraseñas, el robo de logins y la investigación de perfiles también ayudaba a crear una estrategia de autodefensa. Inventar conspiraciones probables para archivar y usar en caso de necesidad, porque demasiadas veces hacer tu trabajo no basta, hay que caer bien al que manda, hay que interpretar un papel y sonreír hasta el agobio.

Llevaba en el bolsillo del pantalón de pinzas, una piedra de cuarzo blanco para absorber las energías negativas de los envidiosos, y una navaja suiza junto a la tarjeta electrónica personal de la empresa, por si en alguna ocasión tuviera que usar ambas. Tenía claro que aquello era una guerra de todos contra todos, y sabía bien quién se llenaba los bolsillos con esa estrategia. Pero tenía que ir a lo suyo y luchar por sus intereses. En el reparto de papeles, esta vez no quería el de víctima, sino el de verdugo. Con la punta afilada de la navaja podría amenzar de muerte a algún enemigo, sólo como último recurso. Nadie espera salir herido ó con los pies por delante de la oficina. Y con la lista de vicios secretos de compañeros y superiores, tendría material suficiente para el chantaje.
Lo que Ramón nunca se esperó, es que al año siguiente, la empresa lo hiciera jefe.

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