CRÓNICAS DE ARGANDA

1. Salir en bicicleta y llegar a otro pueblo, Velilla, donde la vida parecía normal, con vida en los bares, los parques infantiles abiertos y amabilidad en los dependientes de una confitería, te hace ver que el problema está en Arganda. Sin bibliotecas abiertas, sin la ludoteca del Cría, sin parques infantiles, los niños solo pueden relacionarse en el cole o en el Conservatorio. Si no tienes muchos lazos aquí, si tu hija no tiene hermanos ni primos, ni vecinos de su edad, si no vives en una urbanización cerrada con su propio parquecito y piscina privada, al final, lo que le queda es la tablet, la tele y sus padres para jugar. No somos conscientes de lo importante que es el espacio público hasta que lo perdemos. Y vamos hacia un mundo de reductos privados e incomunicados. Las islas se han hecho más pequeñas. Si encima ya eras una familia-burbuja de tres miembros, de fuera, sin conexiones, la vida se hace aún más áspera. Y no me preocupa por mí, sino por la peque, que tendrá que adaptarse a esta horrible Matrix.

2. En Arganda mucho idiota que te mira de reojo si no te conoce, o que impide que tu hija juegue con sus hijos en la calle, pero que no tiene problema en juntarse con seis o siete padres y vecinos en un banco, sin mantener la distancia de seguridad. Comportamiento paleto de pueblo, como el de ocupar las estrechas aceras para tener conversaciones superimportantes a la salida del colegio, o las comadres junto a los supermercados. Dobles y triples filas en las rotondas, perros cagones y maleducados por sus incívicos dueños. Carril-bici obstaculizado y cortado por coches y peatones, aceras anuladas por las infinitas obras y construcciones que no acaban nunca. Arganda es la ciudad-pueblo menos amable e incómoda para la vida que conozco.

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