Regalando jamones

La primera vez que sufrí en mis carnes y en el ambiente de trabajo, las miserias de la insana competitividad fue en un curso del INEM de Locutor en Córdoba, cursos por los que ahora se pagaría mucho dinero en academias privadas de Madrid, con pocas prácticas muy competidas en medios de comunicación reales con ciertas promesas de trabajo. Era a finales de los noventa. Después he tenido que contemplar esas malas prácticas con puñaladas traperas, críticas soterradas y peloteos a profesores y jef@s tanto en cursos como en el trabajo. Y no precisamente en buenas empresas o magníficos puestos laborales, sino en trabajos que hace pocos años nadie desearía ni a su peor enemigo. A partir del 2012, si no antes, coincidiendo con la crisis económica y la reforma laboral, el paro galopante y los sueldos de mierda, las luchas miserables e implacables han bajado de nivel. Ya no se mata por un puesto de trabajo con prestigio y contrato indefinido, sino porque cierta empresa basuresca te vuelva a llamar un mes más. Se hacen regalos a los jefecillos para que piensen en ti, aunque sea inútil, porque no tienen ningún poder sobre la contratación, solo por quedar bien y por encima de los demás, y para fingir un buen rollo de equipo que en realidad, no existe. Si en el año 1998 aquellas batallas me marcaron y anticiparon una filosofía de rivalidad, mal rollo y competitividad en un sector donde suelen proliferar, que es el audiovisual, el tercermundismo y la precariedad laboral han hecho que en los peores callcenters de Madrid, esto sea la tónica normal. El último y el penúltimo peleándose por las sobras. Y no, los peores no son los inmigrantes extranjeros, que de todo hay. Somos nosotros los españoles.

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