
Desde este domingo, que vi a una gitana rumana pidiendo limosna con un bebé en los brazos por los bares de Córdoba, algo ilegal por cierto ya que es explotación de menores, y ayer mismo, que me crucé como tantas veces, con un mendigo indio en silla de ruedas plantado en la calle Goya de Madrid, del que he escuchado varias veces, que una mafia lo pone allí y se lo lleva todos los días, me ha movido a la reflexión un asunto peliagudo y dañino, creo yo: Sabido es que en España, la picaresca nacional se ha valido de mendigos profesionales que han movido a la gente a la compasión y la caridad, perpetuando un oficio que llega hasta nuestros días, cada vez menos nacional y sustituido por personas de otros lugares. La cuestión es que nuestra caridad es más dañina que efectiva, no soluciona el problema de la mendicidad, que es aceptada como una profesión más, como parte de un paisaje habitual en las ciudades. Nos sentimos mal si echamos a esas personas, si les pedimos cuentas. La pobreza real no está en las calles, aunque sus imágenes de gente sin hogar sean más explícitas y cercanas. Siempre me ha parecido vergonzoso como las instituciones públicas se han desentendido con pasotismo de estas situaciones, y sólo ofrecen comedores ó café caliente, pero nunca integración. El creyente cristiano puede ver en el aparente pobre el rostro de Cristo, y le ayuda sin mirar qué hay detrás, qué razones han puesto a esa persona en la mendicidad, si las mafias, la picaresca, la enfermedad, la exclusión o qué. La empatía cultural cristiana superficial que todos tenemos en mayor o menor grado, no ayuda a resolver el problema, que pienso se puede solucionar con una voluntad certera de saber qué problemática hay detrás de esas personas. No basta sólo con la acción paliativa de las ong´s, que son muy válidas, hay que querer sacar a esta gente de la calle por las buenas, sin esconderlos para que no estorben, sino como una misión cívica y social de país de primer mundo.
Comentarios