Masacre en Gaza con elecciones de fondo


Por Carmen Lloveres / Madrid

A un mes de sus elecciones generales, Israel inició su mayor ofensiva militar contra Gaza, provocando una auténtica masacre. Lejos de cumplir su objetivo, la operación puede reforzar al movimiento de Hamás.
Al cierre de esta edición, Israel había causado la muerte de más de 800 palestinos en Gaza. La operación responde a un cálculo político que Israel llevaba orquestando desde hacía tiempo, antes incluso de la declaración de Hamás de que no renovaría la tregua con Israel. Posiblemente, la envergadura del ataque contra la población palestina de Gaza no hubiera sido igual sin que antes, la administración israelí, no se hubiera asegurado cierto consentimiento por parte de los regímenes árabes que han reconocido al Estado hebreo. A raíz de una visita oficial a Egipto de la ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni, el pasado 25 de diciembre, el corresponsal de la BBC en El Cairo declaraba: “Según un informe, Mubarak no se opondría con mucha fuerza si Israel decidiera lanzar una ofensiva militar en Gaza”. Lo que responde al enfado del presidente egipcio, Hosni Mubarak, con Hamás por haberle torpedeado el proceso de reconciliación entre los dos grupos palestinos, el movimiento islámico y Fatah, que se había propuesto llevar a cabo. También el régimen jordano llevaba tiempo manifestándose a favor de una intervención para derrocar a Hamás, ante el miedo de que la influencia del movimiento se extendiera hasta Jordania.

Ambiente preelectoral
A la actitud condescendiente de ciertos regímenes árabes se ha sumado el momento preelectoral israelí. La campaña entre los dos candidatos principales, Tzipi Livi, por el partido Kadima, y Benjamín Netanyahu, líder del Likud, se fue convirtiendo en una competición a ver cuál de los candidatos llegaría más lejos en el uso de la fuerza contra los palestinos. Al partido laborista del actual Gobierno de Ehud Olmert le queda un mes de vida y las encuestas predicen el peor resultado electoral en su historia. El candidato laborista a las elecciones legislativas del 10 de febrero y actual ministro de Defensa, Ehud Barak, ha lanzado su órdago electoral, ‘Operación Plomo Fundido’ (nombre elegido por el Ejército israelí para designar el ataque contra Gaza), para intentar salvar la debacle.

En cuanto al tablero internacional, Israel cuenta, como siempre, con carta blanca para saltarse resoluciones de Naciones Unidas, ignorar sistemáticamente las demandas europeas (incluida la tímida proposición del presidente francés, Nicolas Sarkozy, de que Israel “conceda” un tregua de 48 horas para permitir la ayuda humanitaria) y obtener el apoyo incondicional estadounidense. Sabe muy bien jugar su baza de legítima defensa ante “un grupo terrorista” catalogado como tal por EE UU y la UE, obviando el principio de proporcionalidad recogido en el capítulo VII de la Carta Fundacional de las Naciones Unidas que regula el uso de la fuerza en las relaciones internacionales.

Los números no son triviales: en ocho años, las víctimas causadas por el lanzamiento de cohetes qassam desde la Franja han ascendido a 17. Desde que Israel inició el ata- que sobre Gaza, han provocado dos víctimas mortales más en Israel. Los muertos palestinos en siete días de ataque superan los 500, mientras que los heridos son más de 2.200. El ambiente internacional favorable a la estrategia militar de Israel se ha visto reforzado con el cambio de administración en Estados Unidos. Ante la duda de que la intervención estadounidense en Oriente Medio pudiese virar un mínimo con la llegada del nuevo presidente, Barak Obama, Israel ha lanzado un claro mensaje. Y le ha funcionado, pues Obama no ha manifestado ni el mínimo repudio a la acción israelí.

Lo que es más dudoso es que vaya a funcionar la estrategia de aniquilar a Hamás. No es la primera vez que Israel despliega su poderío militar para acabar con los grupos de resistencia contra la ocupación, curiosamente, siempre coincidiendo con momentos de crisis en la política interna israelí. Fracasó en su intento de destruir a la OLP cuando tenía su base en Beirut, mediante la invasión al Líbano entre el 6 junio y el 21 de agosto de 1982, dirigida por Ariel Sharon. La invasión se saldó con 23.500 muertos palestinos y libaneses. Tampoco pudo acabar con el movimiento chiíta Hezbolá en el verano de 2006, cuando lanzó un ataque aéreo, marítimo y terrestre en territorio libanés como represalia al secuestro de dos soldados israelíes, pero mató a 1.187 libaneses. Como afirma Mariano Aguirre, director de la Fundación FRIDE, en un artículo publicado el 29 diciembre, “el grave problema es que olvidan [Israel], por un lado, que Hamás, como Hezbollah, tiene un gran apoyo social y, por otro, el factor nacionalista frente a la ocupación en Palestina. Cuanta más opresión ejerza, más muros erija y ataques organice Israel, más odio y resistencia generará dentro y fuera de Gaza”.

Artículo publicado en el Diario alternativo Diagonal

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