En el servicio técnico donde trabajo, hay una chica de la limpieza peruana bastante eficiente, y que el otro día no vino porque se encontraba enferma. Al día siguiente regresó al tajo, y cuando le pregunté si estaba mejor y si había ido al médico, me respondió que no fue porque necesitaba trabajar aunque no estaba recuperada del todo. No sé en qué condiciones trabajará para su empresa de servicios de limpieza, pero si huye del médico es porque no le pagan la baja, porque papeles tiene. Esto me entristeció, porque cada día soy más consciente de la explotación laboral que hay alrededor. Yo trabajo para una ETT, llevo más de 9 meses con dos contratos temporales, salgo barato a la empresa, que se aprovecha de la situación de crisis para no hacerme indefinido, como me prometieron en la entrevista de trabajo. Y encima, debo estar agradecido por tener un trabajo en estos tiempos. Contemplo en mí y en otros españoles la falta de costumbre a perder un nivel aceptable de vida. Hay más resignación en los migrantes. Conocí a un chaval joven, un compatriota transportista que se cabreaba cuando tenía que descargar él solo las cajas de material, transportarlas en palés y llevarlas al servicio técnico donde estábamos y no podíamos dejar el mostrador para ayudarle. Otros transportistas sudamericanos se quejaban menos, o no se quejaban, lo hacían bien y rápido. Asumen su papel, por muy duro que sea. Nosotros no estamos acostumbrados a trabajar en según qué condiciones. Y la pena es que la cosa va a peor, retrocediendo salvajemente. Menos empleados, más trabajo y mismo o inferior sueldo. Y sin derecho a quejarse. - Es lo que hay, se dice. Y sólo quiero pensar en cómo puedo salir de esta rueda...
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