Constitución y canapés


A veces pienso en que ellos también tienen miedo. Bajo esa fachada de seguridad y coherencia, hay personas que temen y que no saben que hacer. Posiblemente alguno se mueve entre la inercia y la tenue ideología, entre el pragmatismo y la voluntad de cambio. No nos dan toda la información, vivimos a ciegas.
Se nos pide confianza en las instituciones, en los gobiernos, pero no nos sale.
Me pregunto en qué podría yo contribuir a mejorar algo las cosas en mi país. Ellos parecen tan serios, tan sacerdotales en estas fechas de conmemoración de la sagrada constitución. Y cuando unos muchachos quieren expresar su opinión en el congreso, les cortan porque se han salido de su papel, de leer los textos de la biblia civil que nos regula. Pero esta biblia no es un texto muerto ni fosilizado. Si lo convertimos en retórica, sin acción ni práctica, sin ilusión de cambio, no sirve para nada. Si esta constitución no es un medio para conseguir la felicidad del pueblo, yo no la quiero.
Ha muerto Solé Turá, un padre de la Patria Nueva, y yo lo siento como se debe sentir la muerte de cualquier persona de bien. Pero me pregunto: ahora que se están yendo los padres de la patria, ¿qué uso puede tener este marco para la vida de hoy?. Muchos hablan de renovación, de cambio, de reforma. Pero, ¿quién habla de la aplicación verdadera de sus artículos?. La constitución habla de que España es un estado social, y de que tenemos derecho a una vivienda digna. Habla de nacionalidades y regiones, de que somos una monarquía constitucional y bla bla blá.
Hay un clamor en sectores de izquierda que piden una república, referendums varios y la transformación en una nación federal real. Si estos cambios consiguen que la vida de la gente mejore, bienvenidos sean, pero como sólo se consideren cambios de dogma, mal iríamos, pues tendrían también fecha de caducidad temprana.
Cada vez pesa menos la herencia pesada del franquismo en las nuevas generaciones, y este país necesita profundizar en la democracia y en nuevos usos educativos que mejoren la participación de la ciudadanía en los asuntos del gobierno de un estado.

Me encantaría poder hablar con Fraga, Miquel Roca y demás padres de la constitución, y preguntarles respetuosamente acerca de lo que ellos piensan que cambiarían de ésta para adaptarla a estos tiempos, si es que piensan que algo se podría modificar.

Creo que quizá nos hemos acomodado a este bienestar superficial, y no nos hemos puesto a pensar si hay una manera mejor de hacer las cosas, de gobernarnos entre nosotros.

Ahora que se polemiza con La Ley de Desarrollo Sostenible, los tejemanejes del Ministerio de Cultura y del de Industria con respecto al uso de los contenidos de propiedad intelectual en internet, y ese intento de control condenado al fracaso en una sociedad libre y moderna, que se mueve entre los medios que nos facilita la tecnología (y la facilidad de copia que nos proporcionan los fabricantes de grabadores y las operadoras telefónicas) y la necesidad de regulación para que los creadores perciban ingresos por su trabajo, casi siempre penalizando al usuario y nunca a la industria, parece que funciona la presión de la opinión pública, mediatizada o no, para que los poderes públicos reculen y modifiquen las normas.
La democracia funciona y a veces los diputados hacen su trabajo y escuchan a todos, incluido el pueblo llano. Este pueblo, cuando forma un cierto lobby de usuarios/consumidores, suele tener algo de poder para ser escuchado. No tanto como ciudadanos, ya que eso sólo sirve a la hora de votar, y hay demasiado espacio de tiempo entre elecciones. Tenemos algún poder como consumidores, porque presionamos a las empresas, y éstas, con sus intereses económicos, presionan a los políticos. Los gobernantes se mueven entre fiestas de lobbies y encuestas de opinión. Por lo que hay que entrar en el palacio de congresos a pillar algún canapé.

Cuando la casta se digna a escucharnos, es porque algo peligra en sus puestos.

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