SUÁREZ Y EL ARDOR JUVENIL

La muerte de Adolfo Suárez me trae a la memoria aquellas elecciones en las que voté por primera vez, en 1991, con 18 años recién cumplidos. Creo que Suárez se retiró de la política aquel mismo año, después de la derrota total de su partido, el CDS. Recuerdo que le voté, porque en mi ingenuidad juvenil y en mi escasa conciencia política, veía el centro como moderación y consenso, como sensatez. En aquella época yo no tenía muy claro qué era el comunismo, el socialismo ó la democracia cristiana, lo que sí tenía claro es que me ilusionaba ir a votar y contribuir a un proceso democrático en el que ya no creo demasiado, por lo menos en este contexto, cuando el sistema ya no parece muy representativo y tiene la apariencia y el fondo, de servir a poderes económicos a los que no elegimos. El centro me parecía el "bien general", pues yo no sabía que ideológicamente esa opción estaba más cerca de la derecha, de la democracia-cristiana y del liberalismo progresista. No me gusta demasiado que el PP se haya apropiado de esas ideas, y de la figura de Suárez, aunque sé que muchos antiguos cargos de la UCD se pasaron a AP y al posterior PP, y al desaparecido Partido Reformista. Creo que hace falta en este país una formación de centro moderado, demócrata cristiano y progresista, como hay en Alemania y Centroeuropa, con valores socialdemócratas y de mediación, comprometido con las clases medias y el estado del bienestar. No creo que UPyD ni Ciutadans sean herederos directos de esa ideología centrista, aunque conozco que en el caso de Ciutadans, se inspira en el liberalismo progresista del Partido Radical Italiano de Emma Bonnino. El problema de estas formaciones, es que están atrapadas en el centralismo y en la lucha antinacionalista, y eso las desactiva y las encasilla junto al PP, simplificando otras cuestiones políticas que serían de mucha ayuda para construir una alternativa reformista y regeneradora, y sobretodo, vertebradora del país. En 1991 no voté al PSOE, porque, como para mucha gente de mi generación, el PSOE era el partido de la corrupción y el GAL, y no voté al PCE de la incipiente IU, porque era el partido que ya llevaba años en la alcaldía de Córdoba, y como buen joven, me gustaba jugar a la contra. También es cierto que Suárez representaba a aquel gobierno que hizo una reconversión industrial que acabó cerrando la fábrica donde trabajaba mi padre, al que echaron a finales de los 70. Pero claro, yo tenía 18 años, y no le dí la importancia que realmente tenía. En el año 1996, casi desaparecido el CDS, y ya con el gobierno de Felipe González en total decadencia, voté al PP por primera y última vez en mi vida, porque seguía siendo un ingenuo y me creí aquello de que eran un partido de centro moderado, capaz de una alternativa y de una alternancia para una joven e inexperta democracia. Yo creía en esas cosas : la alternancia como terapia higiénica y democrática. Con el paso del tiempo, leyendo, escuchando, debatiendo, viré a la izquierda. El gobierno de Aznar se había vuelto autoritario e insoportable con la mayoría absoluta, y en el 2004 voté a Zapatero, que empezaba a ilusionar a la gente que quería un cambio y limpiar el mal ambiente. En 2010 muchos como yo, perdimos la ilusión y nos caímos del guindo. En mayo del 2011, el 15M nos abrió los ojos sobre las fallas del sistema, y supo analizar los males sistémicos de una democracia imperfecta y limitada, que ya había comenzado, incluso desde antes de la crisis económica del 2007, a alejarse de sus principios democráticos y sociales, de velar por el bien común y el interés general de los españoles. Estaban empezando a caer las máscaras, a descorrerse el velo, se veía la tramoya de la gran farsa. Uno ya no iba a votar ilusionado, pensando que contribuía al cambio o a la evolución constructiva de una democracia, sino que se intentaba orientar para descifrar qué se podía salvar de la quema. Un antiguo amigo, bastante de derechas, me decía que él nunca votaba, porque estaba convencido de que la mayoría de los políticos no sabían lo que era de verdad la democracia. Me contaba que sólo votaría en caso de que sucediera algo de importancia, alguna emergencia que fuera fundamental para el sistema democrático, como un referéndum importante, una constitución nueva, etc.. Liberal hasta la médula, republicano y cristiano no católico, no creía en este mamoneo bipartidista, aunque era lector impenitente de La Gaceta. Y yo, sin sentirme del todo identificado con nadie, como muchísimas personas en este país, sigo con curiosidad la opción política de Podemos, aunque sin creerme lo que yo llamo "los clásicos de la izquierda" (Venezuela, Cuba y los independentismos de los pueblos de España), más que creer en ellos, creo que su opción es necesaria, pienso que este tipo de izquierda debe estar representada, y más en esta época de capitalismo salvaje fuertemente ideologizado. Es tan bajo el nivel de la política hoy en día, y la posición de debilidad de la izquierda como alternativa ideológica, casi derrotada por los poderes financieros y la derecha (y la socialdemocracia clásica de los partidos socialistas europeos) servil al poder del dinero, que el verdadero argumento y la función necesaria de la izquierda es recordarnos el papel de la democracia como valedora y mediadora por el bien común. No es el comunismo ni la colectivización del trabajo, es el sistema del bienestar, la función pública, cosas básicas que se están perdiendo por el acoso del capitalismo salvaje. Por eso, cuando yo tenía 18 años, en 1991, pensaba que eso era lo normal, que estaba conseguido, que no había que luchar por un sistema en el que me había criado. La moderación, el centro, la sensatez, el consenso, el bienestar, que la gente comiese, que tuviera una casa, empleo, una sanidad y educación públicas, que hubiera productos en los supermercados, eso era la política. Qué tiempos, qué ingenuidad..

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