El Islam. Veo a mujeres con velo y tapadas casi completamente.
Conviviendo con otras mujeres que enseñan el culo debajo de
pantaloncitos cortos tan de moda. Y no pasa nada, es normal. Las mujeres
musulmanes están tapadas para que no te distraigas pecando al fijarte
en sus formas. Solo sus maridos pueden verlas. Está mal visto que los
hombres nos fijemos en los pechos y las nalgas que se muestran mediante
ropa ceñida, escotes, shorts. Es considerado machista y baboso quedarte
mirando. La mujer viste así porque le gusta, es la moda y no tiene que
dar explicaciones, es su derecho. Según los musulmanes, la mujer
islámica no está oprimida, porque esa vestimenta preserva su dignidad y
feminidad. El hombre ya no puede mirar nada y como mucho, se fija en la
cara y los ojos de la mujer, y quizá en sus manos, si no es muy
rigorista y no lleva guantes. Es el hombre el pecaminoso y el débil, por
eso se tapa a la mujer, porque es más fácil que no mirar. Y en el otro
caso, el hombre no debe mirar lo que la mujer enseña públicamente. Debe
reprimirlo o negarlo de sí. Abolir el deseo sexual en los dos casos.
Nadie en su sano juicio se acercaría normalmente a una mujer musulmana
para hablar con ella. ¿O sí?. Si ya no hay nada sexual en lo que fijarse, entonces la
comunicación debería fluir de manera más natural entre dos personas.
Sin tocarse, sin rozarse siquiera. En el otro caso, tampoco. Si una
mujer atractiva y con poca ropa se sienta cerca tuya, intentas mantener
las distancias. No cruzas las miradas, te apartas, no vaya a pensar que
eres un acosador, un pervertido. La comunicación natural es complicada,
que no imposible. Solo mírala a la cara, nunca a sus pechos ni a su
trasero. Intenta que no se note que te sientes atraído. Con una mujer
musulmana esto debería ser más fácil. No hay nada que te distraiga. Pero
su religión le ha quitado el derecho de ir vestida de otra forma, solo
para que yo no me distraiga. Pero en ambos casos, tengo que sublimar,
reprimir, cortar, olvidar que las mujeres tienen cuerpos bellos y
apetecibles. Y muchas dirán: pobrecitos los hombres, qué débiles sois,
qué gran trabajo tenéis en sublimarnos, en escondernos en vuestras
mentes calenturientas, en taparnos para disimular que sois vosotros los
fuertes, y que las pecadoras, las provocativas somos nosotras, como
siguen pensando muchos obispos. En esa esquizofrenia estamos los
hombres. Recuerdo un compañero de trabajo de religión evangélica, que
nunca llevaba a ninguna colega en su coche para no tentar al diablo y no
tener tentaciones. Veo a adolescentes enseñar las nalgas y me digo a mí
mismo: son niñas y tengo una hija. No son atractivas. Y niego esos
pensamientos sin ser religioso. Pero consciente de mis deseos como
hombre. Niego, coarto mi naturaleza, controlo el posible deseo, que no
se desarrolla, que ya no aparece. Malditas las hormonas masculinas.
Inyectadme hormonas femeninas. Anuladme este martirio, estos
pensamientos. No quiero ser hombre de esta manera. Hacedme musulmán
mental, con herramientas culturales para reprimir el deseo. Centrarlo en
ayunar, rezar, ir a la mezquita para estar con otros hombres. Y no
pensar, nunca pensar, nunca tocarse... (Con esta reflexión intento
reflejar la represión sexual de las religiones, católica o musulmana y las dos caras del machismo dominante)
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