También hay otro súbgenero de anuncios, los de coches. Ya no solo te venden velocidad y estatus, sino revolución. Publicistas que se creen David Fincher o el Achero Mañas de Noviembre, te sueltan una perorata anticapitalista bastante seductora y cinematográfica, pero que al final se cierran con un Das Auto o la marca automovilística que toque. El mundo que conocemos no se acabaría precisamente por su cuenta de resultados, quizá sí por el humo que soltamos (todos nosotros y los fabricantes, y los gobiernos que les pasan la mano por el lomo) por nuestros bugas revolucionarios.
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